Dicen que todo aquello que hacemos va encaminado a dos propósitos concretos; bien a obtener algún tipo de recompensa por ello o bien para evitar el dolor. Yo creo que hay una cosa que tiene que estar por encima de estos dos principios u orientaciones de la voluntad y que no es otra cosa de buscarle un sentido a aquello que hacemos.
Nuestro nivel de energía depende del estado anímico que experimentamos y de eso, de los estados de energía o de ánimo, como queráis llamarlo, va a depender la forma con la que realicemos las cosas. Pero hay una serie de parámetros que son independentes a los estados de ánimo y que no tienen que confundirnos a la hora de expresar cómo nos sentimos.
No debemos de confundir nunca la felicidad con el bienestar subjetivo y la infelicidad con el malestar objetivo. La felicidad siempre va a surgir de nuestro interior mientras que el bienestar o el malestar exterior no va a depender de cómo reaccionemos ante lo que pasa a nuestro alrededor.
La felicidad va a depender de que el enfoque que le demos a nuestra vida tenga sentido; percibiendo que la vida no tiene milagros sino que la vida en sí ya es un verdadero milagro. Percibiremos que la naturaleza habla aunque anteriormente no la hayamos escuchado, que todos los momentos de la vida son extraordinariosy que tanto los amigos como los enemigos lo único que hacen es enseñarnos lecciones de vida.
Cuando buscamos un sentido a las cosas nos abrimos hacia lo que ocurre en nuestro alrededor en lugar de rechazarlo. Cuando transcedemos más allá del significado que le damos a las cosas es cuando empezamos a descubrir, a crecer y evolucionar.
Es entonces cuando estamos realmente preparados para comprender todo aquello que pasa dentro de nosotros. Descubrimos la esencia de nuestro pensamiento, de aquello que queremos realmente una vez que hemos quitado todo el ruido que nos llega desde fuera. Y, una vez que llegamos a este punto, es cuando estamos preparados para interrogarnos sobre el sentido de aquello que deseamos o hacemos.
Un saludo para todos.
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