Podemos definir la decisión como un corte con un estado anterior que no nos gusta o que no nos agrada para cambiarlo por otro más acorde con lo que deseamos o pretendemos en ese momento. El fruto de esa actitud nos lleva a experimentar un cambio que normalmente nos pone más en consonancia con aquello que queremos. Etimológicamente hablando la palabra decisión procede del “caedere” que significa cortar.
Anteriormente a que se produzca este cambio, nuestra mente se encuentra sometida a un proceso de deliberación en el que debemos de decidir aquello que queremos; es decir, tenemos que decidir cortar con algo anterior o cambiar alguna situación anterior para llegar a un nuevo estado o situación más aproximada con lo que deseamos.
Para algunas personas el acto de decidir puede ser un obstáculo insalvable. Cuando esto sucede decimos que esas personas son indecisas o irresolutas y puede llegar a convertirse en un estado patológico que necesita la ayuda de los profesionales adecuados para que estudien el problema y decidan la pauta terapéutica que hay que seguir con estos pacientes.
Ante cualquier problema en el que haya que tomar una decisión, la persona delibera de una manera interminable y sin cesar hasta que se produce un acontecimiento externo que no es controlado por ella que para ese proceso que es del todo inútil y que psíquicamente termina por agotar la mente de la persona indecisa.
La indecisión suele derivar en un estilo afectivo acobardado, que generalmente tiene un temor exagerado a equivocarse o a todo lo que representa una novedad o algo desconocido que no se puede o no se sabe cómo controlar. En ese estado, el sujeto prefiere lo que dice el refrán de lo malo conocido a lo bueno por conocer; aunque lo malo conocido le haga sufrir ya que si “decide” se le condena a un infierno.
Dos filósofos nos dicen cosas sobre la indecisión: Kierkegaard explicó que la angustia es la conciencia de la posibilidad y Fromm la ve como el miedo a la libertad. Sea de la manera que sea, ambos nos muestran la raíz del problema de la indecisión y que no es otro que la angustia y el miedo. La angustia que supone aquello que tengo que elegir y el miedo a lo que pasará cuando decida; sobre todo si me equivoco con lo que he decidido.
La experiencia nos demuestra que la peor decisión es aquella que no se toma, ya que la indecisión en definitiva es decidir no hacer nada y dejar que el tiempo pase o que otros tomen las decisiones por nosotros. Luego decidimos incluso cuando no somos conscientes de que estamos decidiendo. Finalmente, lo que hemos decidido es que otros piloten nuestra vida por nosotros ya que nos evitamos la angustia y el miedo de tener que decidir de una manera consciente.
La indecisión tiene un terrible poder negativo sobre las personas. Es sencillo, porque quieras o no quieras, al estar indeciso el tiempo pasa, y el tiempo y otros toman la decisión por ti . EL TIEMPO Y OTROS DECIDEN POR TI. La indecisión paraliza la facultad de razonamiento, destruye la facultad de la imaginación elimina la confianza en sí mismo, socava el entusiasmo, desanima la iniciativa, conduce a la incertidumbre de propósito estimula la dilación, elimina el entusiasmo y convierte el autocontrol en una imposibilidad, destruye la posibilidad de pensar con exactitud, distrae la concentración del esfuerzo, domina la perseverancia, reduce la fuerza de voluntad a la nada, destruye la ambición, ensombrece la memoria e INVITA AL FRACASO EN TODA FORMA CONCEBIBLE.
Si somos emprendedores, o en vías de serlo, tenemos que constantemente estar tomando decisiones y muchas veces consideramos “esencial” tomar la mejor decisión. Casi siempre analizamos la situación solo desde dos puntos de vista: (a) un escenario “bueno” y (b) un escenario malo y, por lo tanto, las opciones siempre serán o buenas o malas.
Desde mi punto de vista, esta es una concepción equivocada que influye en forma negativa respecto a nuestro proceso decisional.
Seguramente habréis escuchado el viejo adagio ese que dice que “lo que importa no es la decisión que se toma sino lo que se hace con la decisión que se toma”. Esto es cierto y no importa tanto sobre qué decisión se refiere.
Pues bien, yo estoy convencido que ello es así ya que la vida no se trata solo de “tomar las decisiones acertadas” sino de lo que se trata es de nuestra actitud para afrontar la vida y lo que hacemos con las opciones que la realidad nos presenta.
Nuestro pequeño Hamlet interno
Permanentemente nos enfrentamos a dilemas que generan dudas semejantes a las que tenía el Príncipe de Dinamarca, no tanto como para matar a un rey pero sí para decidirnos entre actuar o no actuar.
En función de ello, hay algunas cuestiones que podríamos tener en cuenta para ayudarnos a decidirnos
1) Una constante adaptación a los cambios
Tenemos que tener en cuenta que ninguna decisión que tomemos habrá que considerarla lo suficientemente rígida como para no volver a analizarla en función de los cambios de las circunstancias.
En todos los casos, tengan presente que lo que importa es la estrategia, pero la táctica debe revisarse en forma periódica. Por ejemplo, puede ocurrir que el escenario que se analizó para tomar una decisión cambie y eso requiera un nuevo análisis y, a la postre, una nueva decisión; o que los gustos de los consumidores cambian; o las personas reaccionan ante nuestras decisiones, decidiendo ellas también o que el escenario sea variable. Como observan, ejemplos sobran.
2) El problema de la falta de confianza
Muchas veces la indecisión es producto de una falta de confianza en nosotros mismos. En muchos casos dudamos de nuestras posibilidades y esa sola duda genera en nosotros limitaciones. Por eso, muchas veces resulta aconsejable seguir nuestros instintos y confiar que la situación tenderá a acomodarse mientras andamos.
3) El asunto de las expectativas
Muchas veces tenemos que tomar decisiones que no son compartidas por nuestros colegas y hacemos mucho hincapie en las expectativas que los otros han puesto en nosotros. Obviamente que siempre hay que tener en cuenta una diversidad de opiniones suficiente ya que ello genera un input muy importante pero, en última instancia, si pensamos que el camino elegido es el mejor, eso será lo que tendremos que hacer.
4) El tema de las prioridades
Este sí que es un tema difícil. La verdad es que la vida es una constante de enfrentarnos a escenarios donde tenemos que tomar decisiones relacionadas con nuestras prioridades. Lo importante, siempre, es preguntarnos para qué hacemos lo que hacemos. Si tenemos una clara definición de nuestras prioridades será bastante fácil definir una situación de indefinición. Por ejemplo, si nuestra familia es una prioridad, será sencillo definir una decisión relacionada con un trabajo que nos demande mayor compromiso del que estamos dispuestos a otorgarle. Piensen que es imposible quedar bien con Dios y con el Diablo y que no se puede tener todo. Para estas situaciones dudosas, tener en claro nuestras prioridades siempre resulta de una ayuda muy valiosa.
Un último y lindo consejo:
El que no apuesta no gana.
Esto seguro que a todos nos paso alguna vez. Hay momentos donde nuestra cabeza gira en torno a una decisión y las innumerables cuestiones y problemas relacionados con los posibles escenarios. En vez de considerar tanto los problemas habría que pensar mejor en las oportunidades. Si nos mantenemos indecisos, siempre encontraremos algún problema que nos impida avanzar, en cambio, si nos enfocamos en los beneficios potenciales, en ver el vaso medio lleno, sin lugar a dudas seremos más ejecutivos.
Espero que el post de hoy haya servido un poco a aclararos. A mi todavía me genera dudas. Jejeje.