Hay veces que al tiempo le pido tiempo y, el tiempo, tiempo me dá. El tiempo; según el diccionario de la Real Academia, lo define entre otras muchas acepciones como:"Duración de la cosas sujetas a mudanza". Es decir, que para que el tiempo tenga razón de ser tiene que haber cosas que se encuentren sujetas a mudanza.
No deja de ser curioso que las cosas que se encuentran sujetas a mudanza son las cosas que más perduran a lo largo del tiempo ya que se adaptan a los nuevos tiempos y por extensión a las nuevas situaciones que se producen.
La renovación es por tanto, el principal motor de la supervivencia de todo aquello que se crea con el fin de que perdure. Dicha renovación va como aportando una especie de aire fresco que toda institución necesita para la supervivencia de la misma. Es como abrir las ventanas por la mañana para que dejemos salir el aire viciado y demos paso al nuevo frescor de la mañana.
El incumplimiento de dicho ritual de renovación lleva consigo un viciamiento de la institución que se convierte en endogámica y que no permite la entrada de nuevos aires que puedan poner en peligro todo aquello que se ha obtenido a base del esfuerzo y del sacrificio de todos aquellos que detentan el poder en la misma. Surge entonces el concepto de casta que tiene como misión alimentar la pervivencia del sistema para el que han sido creadas (las castas). Estas castas controlan la pureza de sangre dentro de la institución de tal manera que no se introduzcan en el sistema elementos que no reunan los requisitos que la pragmática de la institución establece.
La consecuencia que trae esta forma de gobierno de la institución es el empobrecimiento de la misma puesto que la evolución de las sociedades y de las necesidades de las mismas van creciendo y cambiando de una manera constante; mientras que las instituciones siguen ancladas en sus ideas que fueron útiles en un principio pero que ahora se han quedado trasnochadas y caducas.
Se impone por tanto dentro de nuestras instituciones un periodo de reflexión que nos lleve a decidir qué camino queremos seguir: el tradicionalista con los peligros que conlleva el abandono de la institución por parte de muchos de los componentes o, por el contrario, el renovador que se adapte a los signos de los tiempos desde el sentido común y no dejándose llevar por las modas pasajeras imperantes en ciertos momentos; ya que dichas modas, nos debilitan y nos hacen perder identidad.
Creo, bajo mi punto de vista, que podríamos mantener nuestra identidad sin renunciar a nuestra esencia y poner en marcha todos los cambios que fuesen necesarios para adaptarnos a las demandas que nos plantéan los nuevos tiempos y los nuevos retos.
Me habéis pedido que manifieste mi opinión y así lo he hecho. Me gustaría también conocer la vuestra; en particular la de los dirigentes del Consejo y de las Hermandades.
Un saludo cordial para todos.
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