17 noviembre 2010

DE LA IMPACIENCIA DEL VERBO.

De un tiempo a esta parte y una vez pasado el ecuador que nos llevará a los idus de marzo, he de constatar que todo lo sucedido en tiempos anteriores o preteritos no ha servido para que podamos sacar ninguna enseñanza del tema. Seguimos siendo rápidos de lengua y lentos de mente analítica. Eso deja consecuencias que algunas veces tienen difícil; por no decir imposible, reparación.
Debemos de ser un poco más analiticos a la hora de evaluar cualquier situación que se presente y no dejarnos llevar por el ardor guerrero de nuestras pasiones. La visceralidad no suele traer buenas consecuencias y es prima hermana del fracaso a la hora de conseguir muchos de los objetivos que nos planteamos puesto que hace que la impaciencia vaya aparejada o de la mano de la misma.
Siempre será más provechoso mantener nuestra mente relajada a la hora de emitir un juicio cuando sentimos o escuchamos esta o aquella cosa, que emitir un juicio precipitado sobre la misma; sin todos los datos en nuestro poder es como mínimo una temeridad en la que incurrimos con demasiada frecuencia.
Dios, en su infinita sabiduría, nos dío dos orejas y una boca. Eso significa que tenemos que escuchar el doble de lo que hablamos. Pero parece ser que algunos tenemos (mentémonos todos), dos bocas y una oreja.
Lo peor del tema es que para estos últimos, hay una cirugía muy complicada que le restablezca la configuración original y debido a lo arriesgado del la intervención, optan por quearse de esa manera. Esta cirugía atenta sobre todos nuestros principios y derechos que se supone que hemos adquirido con nuestra sabiduría y por tanto, no vemos que sea necesario someternos a la misma. De todas maneras, sería muy bueno que, anualmente, pasáramos por el otorrino para ver si el proceso natural de dos orejas y una boca no se ha invertido. Y para terminar una frase de Jesús de Nazaret que viene muy al pelo de lo que hemos hablado: "quien tenga oidos para oir, que oiga.".
Un saludo para todos.

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