07 noviembre 2010

EL SILENCIO


Muchos dicen que la enorme ventaja que tiene el silencio es que no puede mentir. Bajo el silencio se esconden las más terribles palabras que no somos capaces de pronunciar. El silencio vive en estado de perpetua sinceridad y solamente los ojos son los que se pueden saltar el protocolo que el mismo silencio impone. Esos ojos que hablan sin decir nada y que se expresan mejor que cualquier actor que interpreta aunque esté muy consagrado.
Ayer, al salir de Misa, vi tus ojos que expresaban todo sin decirme nada. Cogidos de la mano descendimos por la calle Jardines entre medias de los naranjos y los bancos. Vimos a parejas sentandas sobre ellos que empiezan en esto que se llama amor. El frio, se apoderaba poco a poco de nuestros rostros y nuestras miradas rompian el silencio de la noche. No hacía falta la palabra. Me soltaste la mano y me cogiste del brazo y, entendí, que necesitabas apoyarte sobre mi para sentirte un poco más segura.
Paseamos por calles y plazas de nuestra ciudad haciendo hora para romper el silencio con los amigos con los que habiamos quedado; saludamos a muchas personas que nos conocian con un gesto de cabeza pero siempre tratando de hablar lo menos posible. Llegamos al bar y el silencio se torno en palabra. Una palabra hueca, intranscendente, vacía; que no expresaba para nada la elocuencia de nuestro silencio anterior.
Confome avanzaba la noche, al consumo de la cerveza y el vino, las palabras se volvían cada vez más insoportables puesto que producían un especie de alienación en las personas que las pronunciaban; parecían fuegos fatuos, palmeras de fuegos artificales que brillan unos segundos y, después, pasan a la oscuridad más absoluta. Ella y yo nos mirábamos en silencio pero nos lo decíamos todo. Nuestros silencios habian hablado más en menos tiempo que las cuatro o cinco horas que estuvimos acompañados.
Por eso me gusta el silencio, porque la ausencia de las palabras muchas veces me dice más que cuatro horas de conversación según con qué gente. Gente que no tiene ningún pudor en pecar de megalomanía y ostentación para cualquier acto que realiza en la vida, mostrando de una manera ordinaria y soez los supuestos poderes que tienen frente al resto del común de los mortales.
Al final de la velada, proponen ir a tomar unas copas a un pub de la plaza de las Delicias. Nosotros amablemente declinamos la invitación argumentando lo avanzado de la noche. Bajamos por la calle del Juzgado en dirección a casa. Pero después de presenciar el teatro del mundo, nuestro silencio se rompió ya que nos habiamos divertido bastante con la actuación de los actores. A fin de cuentas y como dicen por mi tierra: "Los que somos más de pan y aceíte, lo mismo nos dan ostras y caviar y sufrimos un cólico".
Un saludo para todos.

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