11 octubre 2009

RELATO CORTO


Tanto tiempo huyendo de él, escondiéndome por todos los lugares imaginables e inminaginables para que no me viera y ahora, lo tengo en mi lugar de trabajo. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía de un modo casi fraternal a un retrato de Mohamed VI, de esos que reparten del rey de Marruecos por las escuelas y edificios del gobierno. Serian sobre las doce de la mañana. En la habitación de educadores entraba la luz por sus cuatro ventanas de una manera casi grotesca por su abundancia y los dos fluorescentes del techo también se encontraban encendidos.
Me incliné sobre él para que me oyera.
-Uno cree que el tiempo no pasa por nosotros -le dije-, pero pasa también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrio no tiene sentido. Debes de comprender que yo solamente cumplía con mi trabajo; que si no te compraba ropa era porque el director José y la educadora Paky me lo tenían prohibido, aún asi sabes que siempre que he podido te he favorecido con respecto a los demás.
-Mientras yo trataba de convencerlo, se había desabrochado la cazadora, su mano derecha la tenía dentro del bolsillo de tipo saco que estas prendas tienen en los laterales. Algo me señalaba y yo sentí que era una pistola.
Me dijo entonces con voz fuerte pero con un idioma español que no podemos decir que fuera de Valladolid.
-Para entrar en el Hogar he recurrido a la compasión de una PSD que me ha abierto la puerta cuando he preguntado por ti. Ahora te tengo a mi merced y debo de advertirte que no soy nada misericordioso como tu no la tuviste conmigo en su dia.
Ensayé unas palabras. Puesto que soy un hombre fuerte, en esta ocasión comprendí que sólo las palabras podían salvarme. Con una voz más bien temblorosa empecé a decir:
-Es verdad que hace tiempo que te maltraté cuando eras un pobre niño inmigrante pero tu ya no eres aquel niño ni yo aquel pobre insensato que hacía todo aquello que tanto te desagradaba. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
-Por eso mismo, porque ya no soy aquel niño inmigrante -me replicó- tengo que matarte. No se trata de una venganza sino más bien de un acto de justicia. Tus argumentos, Inocente Borrás, no son más que meras estratagemas de tu terror para que no te mate. Tu, ya no puedes hacer nada, esta decidido así desde el principio de tu vida y por tanto, no te puedes resistir ni puedes evitarlo.
-¿Cómo que no puedo hacer nada?-le repliqué-. Puedo hacer una cosa le dije.
Él, mirándome con cierta socarronería me dijo: ¡No sé que puedes hacer ante lo inevitable!
-Yo le contesté: ¡Despertarme!
Y así lo hice.
Un saludo para todos y una sonrisa.

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